domingo, 21 de noviembre de 2010

Lo que hablaste de niño

Piensa en tu infancia, en la lengua que utilizabas con tus padres y entre tus amigos. Imagina que nadie hablase ya ese idioma. Eso le sucede a Marcel Cohen, que escribió en 1985 una carta a su amigo, el pintor español Antonio Saura, diciendo:
“No saves, Antonio, lo ke es morirse en su lingua. Es komo kedarse soliko en el silensyo kada dya ke Dyo da, komo ser sikileoso sin saver porke”.
Esta frase, inteligible para cualquier hablante de español (salvo sikileoso, ‘oprimido’) está escrita en judeoespañol, lengua también llamada sefardí, sefardita y judezmo. Los judíos expulsados de España en 1492 por mandato de los Reyes Católicos (Edicto de la Alhambra) se fueron hablando en castellano, y lo siguieron usando durante siglos después en sus diversos territorios de exilio. Esa es la lengua que manejó en su niñez Cohen y que hoy nadie tiene como lengua materna, aunque se emplee, más como reivindicación que como instrumento, en la radio, algunos periódicos o en wikipedia.
“No ay, no avra mas realitad para mi porke no ay realitad sino en las palavras y ke el avlar djudyo ya se mourio kon los ke lo avlavan. Nunka me demandi si me gustava esta lingua, si amava yo a los ke mourieron: eyos stava yo, eyos kedo al fondo de mi”.
Supe de Marcel Cohen por el artículo de Muñoz Molina “Holocaustos para todos” donde se da noticia de esa carta que que ahora ha reaparecido en la editorial Ibis con el título In search of a lost ladino. Letter to Antonio Saura. Haciendo juego de palabras con la novela de Proust, esta obrita, en inglés y en judeoespañol, permite reconstruir la memoria de una identidad forjada en el destierro. Los antepasados del escritor Marcel Cohen procedían de uno de esos espacios de destierro, la comunidad judeoespañola de Salónica, toda ella desaparecida o dispersa por la aniquilación nazi. El autor evoca con nostalgia y sobrio dolor ese colectivo en la lengua de su infancia; curiosamente, él, el último miembro de su familia capaz de hablar judeoespañol, fue el primero en visitar España desde la expulsión:
“Me fue en Toledo para tener una idea desta sivdad ke tanto les dava eskarigno a mis padres. Puedo dizirte ke nunka el padre myo tuvo la okazion de irse a Espanya, y el mismo para mi papou”.
El judeoespañol comenzó a ponerse por escrito usando alfabeto latino en el siglo XIX y, como se puede ver en las citas aquí extraídas, ha tendido a usar un sistema gráfico muy rupturista y llamativo (recomiendo este trabajo de Manuel Ariza sobre el tema); justamente por una escritura tan distinta de la estándar y por los préstamos que el español ha tomado del árabe o el francés, en ocasiones en algunos pasajes es más asequible leer el libro en inglés que en ese otro español, la lengua de quienes fueron siempre los otros. Deja tu comentario...
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Piensa en tu infancia, en la lengua que utilizabas con tus padres y entre tus amigos. Imagina que nadie hablase ya ese idioma. Eso le sucede a Marcel Cohen, que escribió en 1985 una carta a su amigo, el pintor español Antonio Saura, diciendo:
“No saves, Antonio, lo ke es morirse en su lingua. Es komo kedarse soliko en el silensyo kada dya ke Dyo da, komo ser sikileoso sin saver porke”.
Esta frase, inteligible para cualquier hablante de español (salvo sikileoso, ‘oprimido’) está escrita en judeoespañol, lengua también llamada sefardí, sefardita y judezmo. Los judíos expulsados de España en 1492 por mandato de los Reyes Católicos (Edicto de la Alhambra) se fueron hablando en castellano, y lo siguieron usando durante siglos después en sus diversos territorios de exilio. Esa es la lengua que manejó en su niñez Cohen y que hoy nadie tiene como lengua materna, aunque se emplee, más como reivindicación que como instrumento, en la radio, algunos periódicos o en wikipedia.
“No ay, no avra mas realitad para mi porke no ay realitad sino en las palavras y ke el avlar djudyo ya se mourio kon los ke lo avlavan. Nunka me demandi si me gustava esta lingua, si amava yo a los ke mourieron: eyos stava yo, eyos kedo al fondo de mi”.
Supe de Marcel Cohen por el artículo de Muñoz Molina “Holocaustos para todos” donde se da noticia de esa carta que que ahora ha reaparecido en la editorial Ibis con el título In search of a lost ladino. Letter to Antonio Saura. Haciendo juego de palabras con la novela de Proust, esta obrita, en inglés y en judeoespañol, permite reconstruir la memoria de una identidad forjada en el destierro. Los antepasados del escritor Marcel Cohen procedían de uno de esos espacios de destierro, la comunidad judeoespañola de Salónica, toda ella desaparecida o dispersa por la aniquilación nazi. El autor evoca con nostalgia y sobrio dolor ese colectivo en la lengua de su infancia; curiosamente, él, el último miembro de su familia capaz de hablar judeoespañol, fue el primero en visitar España desde la expulsión:
“Me fue en Toledo para tener una idea desta sivdad ke tanto les dava eskarigno a mis padres. Puedo dizirte ke nunka el padre myo tuvo la okazion de irse a Espanya, y el mismo para mi papou”.
El judeoespañol comenzó a ponerse por escrito usando alfabeto latino en el siglo XIX y, como se puede ver en las citas aquí extraídas, ha tendido a usar un sistema gráfico muy rupturista y llamativo (recomiendo este trabajo de Manuel Ariza sobre el tema); justamente por una escritura tan distinta de la estándar y por los préstamos que el español ha tomado del árabe o el francés, en ocasiones en algunos pasajes es más asequible leer el libro en inglés que en ese otro español, la lengua de quienes fueron siempre los otros. Deja tu comentario...

3 comentarios:

Gustavo dijo...

A mi me emociona mucho leer esta entrada. El año pasado disfruté de un documental de TVE sobre el tema de la diáspora sefardita y me resultó increible. Ver a una familia entera sentada alrededor de una mesa hablando en sefardí en pleno siglo XXI era como hacer un viaje al pasado a través de la lengua. Muchos de ellos mantienen incluso las llaves de las casas donde vivieron sus antepasados, heredadas de generación en generación al igual que su lengua. Emocionante es poco.

Lola Pons dijo...

Gracias por tu comentario, Gustavo. Vi una vez cómo localizaban aún la vieja casa en Córdoba, ésta ya convertida en sede de alguna institución, ¡y la llave seguía encajando! También es una muestra de cómo la identidad a veces se consolida, y aun se acentúa, cuanto más adverso y ajeno es el entorno donde se halla. Un abrazo

Administrador dijo...

¡Bravo por el artículo!Es muy sugerente esto que escribes.Me ha hecho recordar aquello que escribió Fernando Pesoa en su "Libro del Desasosiego":Minha pátria é a língua portuguesa ("Mi patria es la lengua portuguesa").Esta idea,trasladada a este sefardita resulta algo trágica. El sino de los judíos es ser apátridas.No ha existido un pueblo sobre la faz de la tierra que se haya visto tan forzado a recorrer tantos lugares en busca de alguno donde echar raíces.Es en este contexto en el que el verso de Pesoa cobra toda su fuerza trágica,si lo aplicamos al lamento de Marcel Cohen:“No saves, Antonio, lo ke es morirse en su lingua. Es komo kedarse soliko en el silensyo kada dya ke Dyo da, komo ser sikileoso sin saver porke”. La soledad más profunda,extranjero de sí mismo...Josema.

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