He
dado charlas y seminarios en universidades españolas y extranjeras, y también
en entornos no universitarios, como institutos de secundaria, semanas de la
ciencia, televisión o noches de investigadores. A fuerza de años de clases, una
va teniendo tablas y aprendiendo recursos para lidiar en distintas plazas. Pero
la última charla que he dado ha sido tan distinta, que merecía algo más que una foto en las "instantáneas" de este mes. La di hace dos semanas en
el interior de la cárcel de Navalcarnero, en Madrid.
Quienes
estudian dentro de un centro penitenciario lo hacen a través del programa
específico para reclusos que tiene la UNED (Universidad Nacional de Educación a
Distancia). La UNED, una de las universidades públicas españolas, ofrece
carreras y bachillerato a distancia quienes quieren estudiar y no
pueden asistir a clase. Quien entra en un cárcel puede acceder también a este
programa y sacarse desde prisión el bachillerato o una carrera. El año
académico penitenciario de la UNED se inauguró el 8 de noviembre y fui la
encargada de dar la conferencia inaugural.
Agradezco a la vicerrectora de
estudiantes, M.ª Ángeles González Galán, y a la vicerrectora adjunta de estudiantes,
mi compañera Elena Azofra, la invitación que hicieron a pronunciar esta conferencia.
Como
veis en las fotos, el acto de inauguración de curso fue protocolario, similar a
los actos de este tipo que se hacen en otras universidades. Asistieron cargos
académicos, habló el rector de la UNED, Alejandro Tiana; participaron también las vicerrectoras, el
director de centro penitenciario, una representante del Ministerio y también un
recluso que explicó su experiencia estudiando desde prisión. Cuando acepté la
invitación para dar esa conferencia, pensé que tenía que apostar por un tema
asequible a todo el público, ya que a la charla asisten tanto reclusos que
estudian por la UNED como otros que simplemente están interesados, y que había
de ser un tema con varios niveles de lectura, por eso hablé de paisaje
lingüístico. Conté con la atención del público y con el interés de los
presentes. Fue para mí un acto muy agradable.
No
voy a ahondar en los sentimientos e impresiones que me dejó estar unas horas en
Navalcarnero: no quiero resultar esnob ni trivializar sobre un lugar tan
delicado. Como profesora universitaria, me gustó conocer de cerca la estructura
educativa de una cárcel: su colegio, su asesoría académica; y fue una
satisfacción saber que las oportunidades que da el conocimiento se pueden
también disfrutar desde un centro penitenciario. Hay también bibliotecas pequeñas
en cada módulo y una cierta disponibilidad de libros. (De hecho, os paso este enlace
de una noticia en Babelia, el suplemento cultural de El País, donde listan los
libros más leídos en las cárceles españolas).
Sí
quiero deslizar una reflexión que me venía a la cabeza al tiempo que entraba en
las galerías de prisión: pensaba en las dificultades inherentes a estudiar en
una cárcel frente a las facilidades que tienen mis alumnos, con sus clases
presenciales y su facilidad para transitar de una biblioteca a otra a su gusto.
Pensaba en la responsabilidad, en la obligación casi, que tenemos de respetar y
valorar el conocimiento, sabiendo que en otro tiempo, no tan lejano, hubo en
España quien acabó en la cárcel por escribir o leer el libro que no estaba
permitido. No, no ha sido una conferencia más.
He
dado charlas y seminarios en universidades españolas y extranjeras, y también
en entornos no universitarios, como institutos de secundaria, semanas de la
ciencia, televisión o noches de investigadores. A fuerza de años de clases, una
va teniendo tablas y aprendiendo recursos para lidiar en distintas plazas. Pero
la última charla que he dado ha sido tan distinta, que merecía algo más que una foto en las "instantáneas" de este mes. La di hace dos semanas en
el interior de la cárcel de Navalcarnero, en Madrid.
Quienes
estudian dentro de un centro penitenciario lo hacen a través del programa
específico para reclusos que tiene la UNED (Universidad Nacional de Educación a
Distancia). La UNED, una de las universidades públicas españolas, ofrece
carreras y bachillerato a distancia quienes quieren estudiar y no
pueden asistir a clase. Quien entra en un cárcel puede acceder también a este
programa y sacarse desde prisión el bachillerato o una carrera. El año
académico penitenciario de la UNED se inauguró el 8 de noviembre y fui la
encargada de dar la conferencia inaugural.
Agradezco a la vicerrectora de
estudiantes, M.ª Ángeles González Galán, y a la vicerrectora adjunta de estudiantes,
mi compañera Elena Azofra, la invitación que hicieron a pronunciar esta conferencia.
Como
veis en las fotos, el acto de inauguración de curso fue protocolario, similar a
los actos de este tipo que se hacen en otras universidades. Asistieron cargos
académicos, habló el rector de la UNED, Alejandro Tiana; participaron también las vicerrectoras, el
director de centro penitenciario, una representante del Ministerio y también un
recluso que explicó su experiencia estudiando desde prisión. Cuando acepté la
invitación para dar esa conferencia, pensé que tenía que apostar por un tema
asequible a todo el público, ya que a la charla asisten tanto reclusos que
estudian por la UNED como otros que simplemente están interesados, y que había
de ser un tema con varios niveles de lectura, por eso hablé de paisaje
lingüístico. Conté con la atención del público y con el interés de los
presentes. Fue para mí un acto muy agradable.
No
voy a ahondar en los sentimientos e impresiones que me dejó estar unas horas en
Navalcarnero: no quiero resultar esnob ni trivializar sobre un lugar tan
delicado. Como profesora universitaria, me gustó conocer de cerca la estructura
educativa de una cárcel: su colegio, su asesoría académica; y fue una
satisfacción saber que las oportunidades que da el conocimiento se pueden
también disfrutar desde un centro penitenciario. Hay también bibliotecas pequeñas
en cada módulo y una cierta disponibilidad de libros. (De hecho, os paso este enlace
de una noticia en Babelia, el suplemento cultural de El País, donde listan los
libros más leídos en las cárceles españolas).
Sí
quiero deslizar una reflexión que me venía a la cabeza al tiempo que entraba en
las galerías de prisión: pensaba en las dificultades inherentes a estudiar en
una cárcel frente a las facilidades que tienen mis alumnos, con sus clases
presenciales y su facilidad para transitar de una biblioteca a otra a su gusto.
Pensaba en la responsabilidad, en la obligación casi, que tenemos de respetar y
valorar el conocimiento, sabiendo que en otro tiempo, no tan lejano, hubo en
España quien acabó en la cárcel por escribir o leer el libro que no estaba
permitido. No, no ha sido una conferencia más.
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