miércoles, 19 de marzo de 2014

Ambiente de archivo

Los que van todos los días y acceden recorriendo un camino que no les sorprende; un despistado que entra atraído por la monumentalidad del edificio, echa un vistazo a las vitrinas con la exposición sobre el documento del mes y se marcha sobrepasado por el escenario; el operario rezongón que arrastra el carrito con que se bajan los documentos solicitados por los investigadores; los archiveros amables que conocen los fondos como si fuesen criaturas de su familia...
¡Ay, y los investigadores! El erudito local que, tras jubilarse, pasa cinco días de la semana estudiando la documentación del pueblo en que nació; el hijo de un anciano represaliado en la dictadura que pide la documentación de la causa judicial contra su padre para acceder a una de las ayudas de la Ley de Memoria Histórica; un estudiante de Filología, o de Historia, que entra por primera vez a mirar un papel antiguo para su trabajo de máster o de grado, y que pasa las páginas del viejo legajo entre emocionado y perdido ante una letra que cree ininteligible. 
A mí me gusta el ambiente de los archivos. A veces son cansadas sus exigencias, y entrar en alguno de ellos se empieza a parecer bastante a cruzar hacia la sala de embarque de un aeropuerto. Pero pese a ello, me gusta el olor que desprenden, la rara complicidad huidiza de quienes nos sentamos a trabajar en ellos. Me gusta el momento en que te sirven el documento por primera vez y descubres su tamaño y su magnitud.
Todos los años llevo a mis alumnos al Archivo Histórico Provincial de Sevilla, un archivo muy relevante históricamente, de acceso amable y de bella factura arquitectónica. He puesto aquí fotos de la visita, en la que vimos las firmas originales de Cervantes, Lope de Vega o Mateo Alemán, nos acercamos a las cartas de amor que un tal Claudio envió a Rosarito y vimos, en fin, el lugar custodio de nuestros textos de estudio. 
¿Has visitado alguna vez un archivo histórico o visto in situ un documento antiguo? ¿Qué atrapó tu atención y te sorprendió más? Deja tu comentario.
Leer más
Los que van todos los días y acceden recorriendo un camino que no les sorprende; un despistado que entra atraído por la monumentalidad del edificio, echa un vistazo a las vitrinas con la exposición sobre el documento del mes y se marcha sobrepasado por el escenario; el operario rezongón que arrastra el carrito con que se bajan los documentos solicitados por los investigadores; los archiveros amables que conocen los fondos como si fuesen criaturas de su familia...
¡Ay, y los investigadores! El erudito local que, tras jubilarse, pasa cinco días de la semana estudiando la documentación del pueblo en que nació; el hijo de un anciano represaliado en la dictadura que pide la documentación de la causa judicial contra su padre para acceder a una de las ayudas de la Ley de Memoria Histórica; un estudiante de Filología, o de Historia, que entra por primera vez a mirar un papel antiguo para su trabajo de máster o de grado, y que pasa las páginas del viejo legajo entre emocionado y perdido ante una letra que cree ininteligible. 
A mí me gusta el ambiente de los archivos. A veces son cansadas sus exigencias, y entrar en alguno de ellos se empieza a parecer bastante a cruzar hacia la sala de embarque de un aeropuerto. Pero pese a ello, me gusta el olor que desprenden, la rara complicidad huidiza de quienes nos sentamos a trabajar en ellos. Me gusta el momento en que te sirven el documento por primera vez y descubres su tamaño y su magnitud.
Todos los años llevo a mis alumnos al Archivo Histórico Provincial de Sevilla, un archivo muy relevante históricamente, de acceso amable y de bella factura arquitectónica. He puesto aquí fotos de la visita, en la que vimos las firmas originales de Cervantes, Lope de Vega o Mateo Alemán, nos acercamos a las cartas de amor que un tal Claudio envió a Rosarito y vimos, en fin, el lugar custodio de nuestros textos de estudio. 
¿Has visitado alguna vez un archivo histórico o visto in situ un documento antiguo? ¿Qué atrapó tu atención y te sorprendió más? Deja tu comentario.

2 comentarios:

Antonio dijo...

¡Cuántos recuerdos, Lola! ¿Quién me iba a decir que acabaría, un par de años después de la visita, en el Archivo Histórico Provincial buscando indigenismos en testamentos, cartas y demás documentos indianos?
De la visita me sorprendieron aquellos legajos enormes y las firmas de Cervantes y Lope. Pero si tengo que elegir, me quedo con el Archivo General de Indias, por la riqueza de sus fondos, de su arquitectura, por su ubicación y por su historia.
Mi primera experiencia en el AGI fue impactante; los controles, admisión, normas, etc. Pero lo que más llamó mi atención fue que, mientras yo me encontraba ante un legajo del siglo XVI que ni siquiera me atrevía a tocar, los demás investigadores manejaban los documentos con una soltura pasmosa. Me sigue sorprendiendo el olor de los papeles antiguos y no puedo evitar sentir el peso de la historia cuando me encuentro ante ellos. Lo mejor, sin duda, es cuando encuentras algo que no andabas buscando.

Un abrazo
Antonio

Lola Pons dijo...

Pues sí, quién nos iba a decir que terminarías siendo criatura de archivo. Todo por currar y seguir tu instinto.Hiciste lo que Lazarillo, "arrimarte a los buenos". Un abrazo, Antonio.

Publicar un comentario

Closed