En el despacho de Pidal |
¿Cuánto debe nuestra obra a nuestro entorno
de trabajo? Hace unos años hubiese contestado que poco, que la obra está por
encima del sitio de la mesa, la entrada de la luz o el ruido que te circunda.
Ahora, en cambio, creo muchísimo en esa vinculación, y en el efecto que, al
menos sobre mí, tiene trabajar en un entorno ordenado, con una silla gustosa,
una pluma que se desliza limpiamente... un lugar apacible y poco agobiante, en suma.
Os cuento esto porque la semana pasada tuve
la fortuna de visitar en Madrid la casa de D. Ramón Menéndez Pidal. En ella se celebraban
unas jornadas sobre la obra considerada programática de Pidal: su libro Orígenes del español, en que no solo
retrata a través de los escritos de la época cómo eran los romances hablados en la
Península Ibérica hasta el siglo XI, sino que también fundamenta su visión del
cambio lingüístico, del valor de la documentación, o de la ausencia de
documentación para la reconstrucción de hechos lingüísticos.
En mi intervención expliqué
cómo y para qué se usa el siglo XV en Orígenes
y, en general, en la obra pidalina. Orígenes
es una de esas obras que deben ser leídas varias veces: sus notas al pie abren
caminos que aún quedan por recorrer, el propio texto contiene aseveraciones muy
sugerentes que están abiertas a confirmación, revisión, estudio...
La casa vista desde fuera. Olivos, árboles frutales.. |
Pero sin duda, estas jornadas dejan para mí
como huella fundamental la visita a la casa de don Ramón. Ya en otra entrada del blog os hablé de cómo había disfrutado leyendo la biografía que sobre él
escribió Pérez Pascual y os conté algunas curiosidades al respecto; incluso últimamente he escrito un artículo sobre las cartas que escribieron discípulos de su entorno como Rafael Lapesa o Dámaso
Alonso (podéis leerlo aquí). Pero todo eso es indirecto, y lo directo ha sido ver su despacho, sus
ficheros, su biblioteca, sus papeles.
El solárium |
Su casa, en el olivar de Chamartín, está
ahora rodeada de bloques de pisos, pero otrora fue un lunar en medio de un
campo. Y allí Pidal estudiaba, pero también tomaba el sol en un solárium que
sigue en pie, se aseaba y bañaba mucho (en un tiempo en que los españoles se
bañaban una vez a la semana), daba paseos, hacía sus caminatas y “gimnasia
sueca”. Pero sobre todo estudiaba, leía, escribía. Compruebo en mi visita que Pidal supo
rodearse de un entorno tranquilo, estimulante, lejos de los ruidos (físicos y
emocionales) de la capital. De alguna forma esa visita me ayuda a entender aún
mejor al personaje. Pero de alguna forma esta visita me obliga también a transmitir a mis
alumnos que esa coherencia entre la vida y el trabajo es también una buena
lección de Filología. Deja tu comentario.
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