lunes, 21 de octubre de 2013

Ha muerto mi maestro Manuel Ariza

Quienes hemos tenido un maestro de la altura humana e intelectual de Manuel Ariza Viguera (Madrid 1946-Sevilla 2013) sabemos que caer en las manos de un buen profesor es la mejor forma de aprender a serlo, y muchas veces, solos ante la pizarra, hemos construido la mejor versión de nosotros mismos recordando y repitiendo las frases y modos de quien nos enseñó. Todo hombre que a otro llama maestro, por la ciencia que es en él lo llama e porque quiere ser enseñado de él decía un texto castellano del siglo XV. El catedrático de la Universidad de Sevilla Manuel Ariza era uno de tales maestros.
Bajo el magisterio de Rafael Lapesa, a quien respetaba y admiraba profundamente, Ariza se formó en la Complutense de Madrid en el estudio de la Historia de la Lengua Española.
Reunía en sí un conocimiento científico vastísimo y en él se reconocían los intereses de la Escuela de Filología Española que a principios del XX fundó don Ramón Menéndez Pidal: el amor a los textos y el respeto por el dato dialectal, caminos uno y otro para llegar a describir con solidez la Historia del Español.
En estos ámbitos destacó por la magnitud de sus publicaciones: libros (La lengua del siglo XII, Sobre fonética histórica del español, Estudios sobre el extremeño, y, con título provocador, Insulte usted sabiendo lo que dice y otros estudios sobre el léxico) y artículos de investigación que suman más de un centenar. Investigó sobre Dialectología (sobre todo extremeña y andaluza) y sobre Fonología Histórica del Español: nos reveló detalles y pormenores de los porqués históricos de la escisión dialectal sevillana, descubrió vivos en zonas rurales procesos fónicos que pensábamos desaparecidos, aclaró y reformuló sin aspavientos ni protagonismos teorías que se tenían por inamovibles... Investigó también, con fina sensibilidad, sobre textos antiguos; en su última etapa y pese a las despiadadas arremetidas de la enfermedad, localizó un fondo de manuscritos judeoespañoles en Italia y soñaba con rescatarlos.

Además de por la ciencia que en él era, Ariza era maestro porque todos querían ser enseñados de él. Fue docente de la Università di Pisa, de la de Málaga y luego, largos años, de la Universidad de Extremadura; a Sevilla, lugar de donde era oriunda su familia, llegó en 1989. Son miles los alumnos que lo han tenido como profesor, en presencia o a través de sus libros, porque Manuel Ariza fue también maestro de los alumnos que nunca tuvo, estudiantes de otras universidades, españolas o extranjeras, que usaban alguno de sus manuales universitarios, todos redactados en un estilo transparente y cómodo: su Comentario de textos dialectales, el librito acerca del Comentario filológico de textos o su Manual de Fonología Histórica del Español son parte de la biblioteca de referencia de quienes quieran enfrentarse a una disciplina tan compleja y amplia como la Historia de la Lengua Española. Era un maestro porque hacía fácil lo difícil, atendiendo en clase cualquier pregunta, por absurda que pareciera, y haciendo chistes (¡malísimos!) que permitieran entender mejor el contenido. La clase magistral entendida como la exposición pulcra pero amable, no el verbo de impresión que abruma y del que nada queda, sino una Filología expresada desde la palabra cotidiana, desde la cercanía. Otra lección de pedagogía: la tarima para llegar más lejos, nunca para estarlo.
No me es posible imaginar una unanimidad mayor en las simpatías que concitaba. Nos parece una inevitable forma de supervivencia profesional que un médico no se implique afectivamente con sus pacientes, pero el Dr. Hugo Galera, que luchó hasta el final por salvarlo, lo pasaba casi peor que él cuando tenía que informarlo de los avances de su enfermedad. Ariza, como siempre, le hacía fácil lo difícil, desdramatizando, allanando el camino, destruyendo muros, despilfarrando en humanidad. Todos lo querían. Y no como se quiere al bueno que nada dice y todo consiente. Lo querían decanos, vicedecanos y profesores, que también tuvieron que lidiar con sus principios insobornables y sus imperturbables rechazos; lo queríamos sus compañeros de departamento; lo quería sin fisuras el personal de la Facultad, los conserjes, bibliotecarios, administrativos. Lo querían los alumnos, a los que suspendía a canastos: sabida la noticia de su muerte, el martes llenaron las redes sociales de mensajes de consternación y admiración por su profesor. Lo adorábamos sus discípulos, a quienes nos daba la dirección que cada uno necesitaba, dejándonos navegar solos. Sin quererlo, sin saberlo, nos enseñó a tener en él un modelo avasallador de libertad. Cuando todos recelábamos de la burocracia que vino a la Universidad con el proceso de Bolonia, solo él se atrevió a hacerle un quiebro, amable, como eran los suyos, redactando un programa docente descacharrante, en que se reía abiertamente de los dislates del formulario que nos proponían.
Duele pensar que ya no vamos a ver por nuestro edificio de la Antigua Fábrica de Tabacos la figura altísima y desgarbada de Manolo. Vendrán homenajes y no dudo de que serán multitudinarios, emotivos y por supuesto merecidos, pero sé que cualquiera de los muchos alumnos que tuvo, futuro o actual profesor de Lengua Española en Secundaria o de español como segunda lengua, va a recordar en sus clases las enseñanzas de Manolo y comprenderá entonces que aquella pedagogía tradicional e intuitiva funcionaba. Serán esas decenas de homenajes anónimos e íntimos, rendidos dentro de las aulas de quién sabe qué lugares del mundo, los que hagan perdurar la memoria del maestro. Esos profesores de Lengua y Literatura que se han estado formando durante años al abrigo del magisterio del profesor Ariza son los mismos que alimentan ahora otras nuevas vocaciones: con ellos la Filología sigue, la Historia de la Lengua sigue, el amor por los textos y el cuidar de la palabra perdura. Decía Pablo Neruda, el poeta preferido de Manolo, que todo llega a la tinta de la muerte. Pero me permito añadir: el rastro del buen magisterio es capaz de esquivarla y trascenderla.
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(Este texto, abreviado, ha salido también publicado en el Diario de Sevilla. Dos cosas: estáis todos invitados al homenaje a Manolo el próximo viernes 25 a las 12,30 en el Paraninfo de la US. Y os invito a ver también el divertidísimo vídeo de su "Discurso de la patata" que he subido a mi canal de Youtube).
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Quienes hemos tenido un maestro de la altura humana e intelectual de Manuel Ariza Viguera (Madrid 1946-Sevilla 2013) sabemos que caer en las manos de un buen profesor es la mejor forma de aprender a serlo, y muchas veces, solos ante la pizarra, hemos construido la mejor versión de nosotros mismos recordando y repitiendo las frases y modos de quien nos enseñó. Todo hombre que a otro llama maestro, por la ciencia que es en él lo llama e porque quiere ser enseñado de él decía un texto castellano del siglo XV. El catedrático de la Universidad de Sevilla Manuel Ariza era uno de tales maestros.
Bajo el magisterio de Rafael Lapesa, a quien respetaba y admiraba profundamente, Ariza se formó en la Complutense de Madrid en el estudio de la Historia de la Lengua Española.
Reunía en sí un conocimiento científico vastísimo y en él se reconocían los intereses de la Escuela de Filología Española que a principios del XX fundó don Ramón Menéndez Pidal: el amor a los textos y el respeto por el dato dialectal, caminos uno y otro para llegar a describir con solidez la Historia del Español.
En estos ámbitos destacó por la magnitud de sus publicaciones: libros (La lengua del siglo XII, Sobre fonética histórica del español, Estudios sobre el extremeño, y, con título provocador, Insulte usted sabiendo lo que dice y otros estudios sobre el léxico) y artículos de investigación que suman más de un centenar. Investigó sobre Dialectología (sobre todo extremeña y andaluza) y sobre Fonología Histórica del Español: nos reveló detalles y pormenores de los porqués históricos de la escisión dialectal sevillana, descubrió vivos en zonas rurales procesos fónicos que pensábamos desaparecidos, aclaró y reformuló sin aspavientos ni protagonismos teorías que se tenían por inamovibles... Investigó también, con fina sensibilidad, sobre textos antiguos; en su última etapa y pese a las despiadadas arremetidas de la enfermedad, localizó un fondo de manuscritos judeoespañoles en Italia y soñaba con rescatarlos.

Además de por la ciencia que en él era, Ariza era maestro porque todos querían ser enseñados de él. Fue docente de la Università di Pisa, de la de Málaga y luego, largos años, de la Universidad de Extremadura; a Sevilla, lugar de donde era oriunda su familia, llegó en 1989. Son miles los alumnos que lo han tenido como profesor, en presencia o a través de sus libros, porque Manuel Ariza fue también maestro de los alumnos que nunca tuvo, estudiantes de otras universidades, españolas o extranjeras, que usaban alguno de sus manuales universitarios, todos redactados en un estilo transparente y cómodo: su Comentario de textos dialectales, el librito acerca del Comentario filológico de textos o su Manual de Fonología Histórica del Español son parte de la biblioteca de referencia de quienes quieran enfrentarse a una disciplina tan compleja y amplia como la Historia de la Lengua Española. Era un maestro porque hacía fácil lo difícil, atendiendo en clase cualquier pregunta, por absurda que pareciera, y haciendo chistes (¡malísimos!) que permitieran entender mejor el contenido. La clase magistral entendida como la exposición pulcra pero amable, no el verbo de impresión que abruma y del que nada queda, sino una Filología expresada desde la palabra cotidiana, desde la cercanía. Otra lección de pedagogía: la tarima para llegar más lejos, nunca para estarlo.
No me es posible imaginar una unanimidad mayor en las simpatías que concitaba. Nos parece una inevitable forma de supervivencia profesional que un médico no se implique afectivamente con sus pacientes, pero el Dr. Hugo Galera, que luchó hasta el final por salvarlo, lo pasaba casi peor que él cuando tenía que informarlo de los avances de su enfermedad. Ariza, como siempre, le hacía fácil lo difícil, desdramatizando, allanando el camino, destruyendo muros, despilfarrando en humanidad. Todos lo querían. Y no como se quiere al bueno que nada dice y todo consiente. Lo querían decanos, vicedecanos y profesores, que también tuvieron que lidiar con sus principios insobornables y sus imperturbables rechazos; lo queríamos sus compañeros de departamento; lo quería sin fisuras el personal de la Facultad, los conserjes, bibliotecarios, administrativos. Lo querían los alumnos, a los que suspendía a canastos: sabida la noticia de su muerte, el martes llenaron las redes sociales de mensajes de consternación y admiración por su profesor. Lo adorábamos sus discípulos, a quienes nos daba la dirección que cada uno necesitaba, dejándonos navegar solos. Sin quererlo, sin saberlo, nos enseñó a tener en él un modelo avasallador de libertad. Cuando todos recelábamos de la burocracia que vino a la Universidad con el proceso de Bolonia, solo él se atrevió a hacerle un quiebro, amable, como eran los suyos, redactando un programa docente descacharrante, en que se reía abiertamente de los dislates del formulario que nos proponían.
Duele pensar que ya no vamos a ver por nuestro edificio de la Antigua Fábrica de Tabacos la figura altísima y desgarbada de Manolo. Vendrán homenajes y no dudo de que serán multitudinarios, emotivos y por supuesto merecidos, pero sé que cualquiera de los muchos alumnos que tuvo, futuro o actual profesor de Lengua Española en Secundaria o de español como segunda lengua, va a recordar en sus clases las enseñanzas de Manolo y comprenderá entonces que aquella pedagogía tradicional e intuitiva funcionaba. Serán esas decenas de homenajes anónimos e íntimos, rendidos dentro de las aulas de quién sabe qué lugares del mundo, los que hagan perdurar la memoria del maestro. Esos profesores de Lengua y Literatura que se han estado formando durante años al abrigo del magisterio del profesor Ariza son los mismos que alimentan ahora otras nuevas vocaciones: con ellos la Filología sigue, la Historia de la Lengua sigue, el amor por los textos y el cuidar de la palabra perdura. Decía Pablo Neruda, el poeta preferido de Manolo, que todo llega a la tinta de la muerte. Pero me permito añadir: el rastro del buen magisterio es capaz de esquivarla y trascenderla.
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(Este texto, abreviado, ha salido también publicado en el Diario de Sevilla. Dos cosas: estáis todos invitados al homenaje a Manolo el próximo viernes 25 a las 12,30 en el Paraninfo de la US. Y os invito a ver también el divertidísimo vídeo de su "Discurso de la patata" que he subido a mi canal de Youtube).

39 comentarios:

Tami y Olga dijo...

Preciosa y emotiva entrada Lola.Aunque no lo tuvimos como profesor,sí lo recordamos caminar por los pasillos de la facultad,hemos leído libros suyos gracias a que tú nos los recomendaste y es cierto que parecía fácil lo difícil,parecía sencillo analizar los textos aunque no lo es.Se ha ido un gran maestro pero nos ha dejado su obra y a discípulos como tú,que merecéis la pena,lucháis por la lengua y amáis vuestra profesión de profesor.Ese es nuestro legado. Un beso Lola

Fátima Parejo Montoyo dijo...

Me ha encantado Lola. Yo también he publicado un nota en mi perfil. Su huella ha sido tan grande como él. Un beso guapa.

Diego Jiménez dijo...

Gran entrada. Ánimo y fuerza Lola. Diego

Unknown dijo...

No muere un maestro, sino que nace una leyenda.

No queda tanto la tinta, como el recuerdo. El recuerdo no se quema, ni se olvida, ni se confunde. El recuerdo es lo que seremos cuando ya hemos sido. Y don Manuel tendrá el recuerdo que se merece por lo que siempre fue.

Mucho ánimo, Lola. Pero no se olvide que la Historia que usted sigue escribiendo también continúa marcando la vida (no sólo académica) de los que hemos tenido la suerte de ser sus alumnos.

Ángel Báez.

Unknown dijo...

Muy bonita y emotiva entrada. Imposible no emocionarse ante palabras tan bonitas que están escritas con tanto cariño.
Lo recuerdo con el corazón en un puño, pero también con una sonrisa (!esos comentarios en clase no tenían precio!).
Un beso Lola, el viernes nos veremos todos en ese homenaje.

Manuel Rosal dijo...

Gran emoción. Gran texto, Lola.

Lola Pons dijo...

Gracias, gracias, gracias a todos. De corazón.

Isabel dijo...

Recuerdo la primera vez que abrí su Manual de Fonología Hiistórica: TITYONE>tizón, un largo camino que él nos ayudó a recorrer. ¡Cuánta sabiduría y qué bien expresada!

Andrés dijo...

Qué bonito, Lola. Decía Faustino Sarmiento que los alumnos son la biografía del maestro, y resulta gratificante pensar que Menéndez Pidal siguió enseñando en Lapesa, Lapesa en el profesor Ariza, y que el profesor Ariza sigue enseñando en ti. Por eso, su historia, como la de la lengua, no termina porque seguirá caminando en nosotros. Un abrazo fuerte

robertocuadros dijo...

Mira la web de nuestro Departamento. ;-) Un abrazo y ánimo. El Gabinete de Comunicación estará de la US estará en el Homenaje.

Anónimo dijo...

A duras penas conseguí aprobar Historia de la Lengua con él; de hecho, me dejó Dialectología entera y sola para estudiar en mi último año de carrera. Ya lo puse por twitter, era enorme el respeto que Manuel me tenía a pesar de que no era una gran alumna. Al principio lo pasé muy mal por él, le acusaba indirecta y privadamente de haberme tenido un año más en la facultad, de no haber podido estudiar el máster, de no haber podido opositar... Han tenido que pasar los años y una cruel enfermedad para darme cuenta que lo único que él deseaba era que consiguiera lo que sabía que podía tener: MH en Dialectología (aunque no con él, claro). Ya lo dije también en las redes sociales: "no paró hasta hacerme conseguir la MH". Así era, incansable... Retomé el saludo con él el año pasado en el Congreso de la AJL, y ni te imaginas, Lola, lo mal que lo he pasado desde que supe que estaba tan mal... Y aún sigo recordándolo, y yo creo que me acordaré siempre de él, aunque prefiera no ir al homenaje público. Gracias por hacerlo aún más grande...

Gustavo dijo...

Genial y emotivo Lola. Estamos necesitados de buenos maestros...

Antonio dijo...

Preciosa semblanza, Lola. Yo no tuve la suerte de ser alumno del profesor Ariza. Tendría que haberlo sido durante un cuatrimestre en la asignatura Dialectología Hispánica, pero la enfermedad se encargó de cambiar los planes. Solo habló conmigo una vez, cuando me lo presentaron al entrar yo en el Departamento como becario. Me saludó, me dio la bienvenida y me ofreció su despacho para trabajar.

Un abrazo
Antonio

Isabel Carrasco dijo...

Grandes discípulos de un gran maestro. Es un placer leerte y ver que le pones palabras a nuestros pensamientos. Siempre intentaré enseñar nuestra lengua con la misma pasión y humildad allá por donde la educación pública me lleve. Intentaré estar el viernes el rato que mis obligaciones docentes me dejen. Un afectuoso saludo

José Luis y Vicenta dijo...

La primera vez que llamó a casa con la sencillez de una persona cercana y por lo tanto sabia,nos dimos cuenta que nuestra hija había caído en buenas manos. Le pedimos que continuase la senda que nosotros habíamos iniciado. Desde entonces, ha formado parte de nosotros Manolo. Una hija la forman los padres, la calle y UN BUEN PROFESOR. Gracias Manolo.

Joaquín Pedro Borge Pérez dijo...

Allá donde esté, seguro que se siente absolutamente orgulloso de su alumna. Preciosa entrada, Lola. Todos los que tuvimos la inmensa suerte de coincidir con él tenemos hoy un vacío enorme. Tan grande como él era, en todos los sentidos, hasta el literal. Un beso fuerte.

Patricia dijo...

Esta entrada me confirma la gran suerte que tuve en 2004 al convertirme en discípula de la exigente y entregada Lola Pons. Larga vida a la Historia de la lengua española y a quienes la llevan por el mundo.

Pedro dijo...

En Gramática Histórica de la Lengua Española, asignatura de 3º, teníamos por manual su libro de las tapas rosas; esto, y la vehemencia, así concibe ella, creo, la docencia, con la que se refería a él la profesora María Márquez Guerrero, hicieron que se incrementara mi interés por ser alumno suyo, lo cual conseguí en Dialectología, en el único año, nos decía, que daba clases por la tarde. Al terminar algunos viernes la clase nos ibamos al bar Citroen, o a la Raza, y allí con su güisqui y su tabaco nos decía que cuando muriese todos sus órgano iban a terminar gastado de tanto uso, que había que disfrutar cada momento. Pienso que lo consiguió, pero demasiado pronto.

Bert Cornillie dijo...

Gran obituario, Lola. Mucho ánimo. Mis pensamientos están con don Manuel y con vosotros. Todos estamos agradecidos con la obra filológica que nos ha dejado. Requiescat in pace.

Chus dijo...

Un abrazo fuerte para todos.

Anónimo dijo...

Cuánto cariño y admiración sincera y agradecida, cuánta simiente fecunda que perdurará, Manuel Ariza no sólo se lo merece, son de estricta justicia todos los reconocimientos. No podré estar el viernes en el Paraninfo, por razones médicas, pero me uno de todo corazón a cuántos estén allí recordándolo, si es que alguna vez pudieran olvidarlo. Se reconoce en esta remebranza personal y científica, la fina escuela de Lapesa, la liberalidad con que Don Rafael se rodeó de lo más variado y valioso, de lo que inculcó y transmitió con sencillez, sin alharacas, amable siempre, sincero, riguroso, sensible, prudente, maestro entre los maestros...Qué impagable legado el suyo y el de sus discípulos. Mi reconocimiento en el dolor de cuántos convivieron con el profesor Ariza, del que me gustaría disfrutar ahora de la bibliografía completa y comentada, como homenaje necesario.Mi recuerdo de él es lejano pero muy cordial. Gracias para siempre
margajim@hotmail.com

Pascual Garrido dijo...

Empazaba sus clases preguntando ¿Alguna duda, algo que no quedó claro ayer? Un día de octubre de 2011 al final de una clase de Historia de la Lengua dijo: La semana próxima vendrá otro profesor porque me operan de un cáncer. Como quien dice que estará en un tribunal de oposiciones o algo así. Y el curso pasado, en Dialectología, explicar el astur leonés, recién salido de otra arremetida de la enfermedad, debía suponerle un tremendo esfuerzo pero no lo aparentaba. Impresionante, el profesor Manuel Ariza.

Luisa dijo...

Querida Lola,

Muchas gracias por compartir esto con nosotros. No tuve a Ariza como profesor, pero acabo de ver el discurso de graduación que has puesto en youtube y me hago una idea de lo que me he perdido. He disfrutado. Te mando un beso fuerte.

Carmela dijo...

Preciosa dedicatoria a tu maestro, Lola. Un abrazo fuerte y mucho ánimo.

Unknown dijo...

Gracias Lola muchas gracias por tus palabras de cariño hacia mi padre. GRACIAS

Unknown dijo...

GRACIAS, muchas gracias Lola por tus palabras tan llenas de cariño.

Lola Pons dijo...

Gracias, Raquel. La semana pasada dediqué mi clase de Historia del español a explicar a los alumnos quién fue y qué hizo Manuel Ariza. Y leí uno de los poemas de su libro de versos: el soneto dedicado a ti. Siempre me pareció lo mejor del libro. Tú eras su niña del alma.

Ana Barba dijo...

Me ha gustado mucho tu pequeño homenaje. Todos los que tuvimos a Ariza de profesor sabemos que era exactamente así. Creo que nunca escuché a ningún alumno quejarse, algo difícil en Filología, donde las quejas se lanzaban en varias lenguas (hasta las muertas).

Eduardo García Benítez dijo...

Está muy bien tu artículo sobre el profesor Ariza, me ha hecho recordar muchos momentos que he pasado en sus clases. Lo que me sigue llamando mucho la atención es su tremenda humanidad, su forma de ser, sus respuestas tan originales ante las cuestiones más enrevesadas, te hacía fácil lo difícil. Con él se aprendía. Gracias, Lola, por hacerme recordarlo a través de tu artículo. Siempre estará en nuestro recuerdo.

Unknown dijo...

No se que decirte Lola , solo que infinitas gracias

Unknown dijo...

Gracias Lola infinitas gracias de verdad..... Me alegra saber que tanta gente aparte de admiralo lo ha querido. MUCHISIMAS GRACIAS

Anónimo dijo...

Estimada Lola:
Por razones docentes no podré estar mañana en el merecidísimo homenaje a nuestro querido profesor... ¡qué pena!
Un agradecimiento y un ruego:
Te agradezco muchísimo los enlaces que has puesto, que nos permiten rememorar a Manolo en estado puro.
El ruego: te ruego que aceptes, en nombre de los que no podemos acudir mañana al Rectorado, ser nuestra portavoz y en nombre de todos nosotros, dediques un pensamiento a la memoria de Manolo. No se me ocurre nadie mejor para ello que su más grande y fiel discípula. Gracias por ello.
Gracias por todo

Lola Pons dijo...

Anónimo, no podré mencionarte por tu nombre porque no has firmado. Pero sí, mi discurso mañana va a recoger los nombres y mensajes en las redes de mucha gente que no va a estar mañana. El discurso se retransmite por TV.US y mi parte la colgaré en breve en el canal de Youtube.

Lola Pons dijo...

¡Y añado, Anónimo! Que se me ha olvidado lo más importante: que gracias por tu comentario y lo que dices del jefe. Un abrazo.

eva maría dijo...

Yo he sido alumna suya y me consta au gean sabiduría y dedicación a su labor con los alumnos. Gran persona y excelente profesor. Descanse en paz mi querido profesor.

Pilar Ridruejo dijo...

Mi pesar en la distancia
Casi un año después... Hoy, tres de septiembre, me acabo de enterar por este blog que acabo de descubrir por casualidad, buscando a Manolo y encontrándole, pero por su muerte. Qué tristeza. La tristeza del que está muy lejos no la reparan las redes sociales que, dicen, nos acercan, pero gracias a ellas tomo hoy consciencia de una gran pérdida. No soy nadie, pero en él siempre tuve un hueco. Soy de la graduación del 93. Gracias a Manolo me vine a Alemania siguiendo a mi marido. Él creía en mí y me dio la Erasmus de ese año. Hice un proyecto con mucho entusiasmo gracias a sus cartas de ánimo, pues no era fácil estar aquí sin saber alemán. Me apasionaban sus clases y siempre me quedaré con las ganas de volver a sentarme de oyente, por puro placer. Era único. Aún conservo sus cartas, con su letra no precisamente bonita, como él mismo se atribuía. Siempre tuvo tiempo y nunca me olvidó, de eso puedo estar segura, él no olvidaba a nadie. Era generoso y tan, tan gracioso... He mantenido contacto con él por correo ordinario hasta 2004, creo, no teníamos aún ni "feisbuk" ni "tuiter", sólo la voluntad, el cariño y el recuerdo. En uno de mis viajes a España, me acerqué a su despacho para enseñarle a mis dos bebés, pero no hubo suerte. Yo le quería, una alumna más, que no perdía detalle de todo lo que él era. Le recuerdo con una sonrisa bailando en nuestra fiesta del barco. Y más no cuento. Qué mezcla de sentimientos. Gracias por publicar el vídeo del cultivo de la patata. Reír y llorar. Gracias Manolo, porque tú has hecho posible que sea lo que soy ahora, una mujer y una madre feliz, aunque desarraigada, también gracias a ti. Desde Alemania, con todo mi cariño, Pilar Ridruejo.

Anónimo dijo...

Bonitas y grandes palabras Lola. Totalmente de acuerdo, yo lo tuve en la licenciatura como en la última promoción que dio clases y un gran hombre y maestro.

Anónimo dijo...

Grandes y bonitas palabras Lola. Totalmente de acuerdo. Fui alumna suya tanto en la licenciatura como el la última promoción que dio clases, y gran hombre tanto por el cariño que nos mostraba como por su sabiduría.

Daniela dijo...

Lola, hoy vuelvo a leer este post y vuelvo a emocionarme al recordarlo. Nunca fui de sus mejores estudiantes, pero sí fui una de sus más fieles repetidoras ( hasta que aprobé, jejeje).Hoy lo recuerdo porque un amigo que se examina este fin de semana del examen oposición profesores de secundaria está utilizando el libro de "El comentario filológico...para aprender a comentar.Es curioso porque durante la carrera no le enseñaron​ nada sobre comentarios filológicos de textos. Por tanto,nunca tuvo que enfrentarse a un examen práctico de 4 horas,...Para mí ha sido la excusa perfecta para volver a recordar a Manuel Ariza y todo lo que aprendí con él. Siempre lo recordaré con mucho cariño.Un abrazo.

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