miércoles, 2 de febrero de 2011

Los otros

En estos días he podido leer la Nueva ortografía de la Real Academia (aquí una muestra del índice y prólogo). Me ha gustado especialmente encontrar en ella datos históricos contados de forma divulgativa sobre cómo y por qué tenemos el alfabeto que tenemos, de dónde nacen y surgen nuevas letras o cómo ha cambiado la ortografía del español a lo largo del tiempo. Así, antes del capítulo de puntuación explica cómo el primer autor español que habla de cómo se puntúa en castellano fue Alejo Venegas (1531) y que desde las primeras obras de la Academia en el XVIII se daban ya pautas breves sobre cómo usar los signos.
Leyendo la ortografía vuelvo a ver a esos otros signos menos comunes que la coma, el punto o las comillas pero que están también presentes en los textos como el signo de párrafo y otros cuyo nombre sinuoso adoro como la diple o antilambda (<) o la pleca (barra vertical ). Alguno de ellos fue muy usado antes de la imprenta, como el calderón (¶), un signo de puntuación empleado en los manuscritos medievales para indicar pausa larga, normalmente tintándose en color diferente al resto del texto, y que puedo escribir en esta entrada del blog gracias a que, como dice la RAE, “se ha recuperado su figura en las aplicaciones informáticas de procesamiento de texto más habituales” (Nueva Ortografía, pág. 439).
Entre esos otros signos menos comunes los hay que desaparecen (como la preciosa “manecilla”), otros surgen nuevos y otros van y vienen (caso de la arroba, por ejemplo). Recuerdo la obsesión de una vieja maestra mía por el punto y raya, que adoraba, y, hace unos años, la moda del apóstrofo expresa en la forma de denominar a la Exposición Universal de Sevilla (1992) Expo’92. ¿Qué signo de puntuación te costó más trabajo dominar? ¿Conoces el grupo de Facebook que defiende al punto y coma? Deja tu comentario...
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En estos días he podido leer la Nueva ortografía de la Real Academia (aquí una muestra del índice y prólogo). Me ha gustado especialmente encontrar en ella datos históricos contados de forma divulgativa sobre cómo y por qué tenemos el alfabeto que tenemos, de dónde nacen y surgen nuevas letras o cómo ha cambiado la ortografía del español a lo largo del tiempo. Así, antes del capítulo de puntuación explica cómo el primer autor español que habla de cómo se puntúa en castellano fue Alejo Venegas (1531) y que desde las primeras obras de la Academia en el XVIII se daban ya pautas breves sobre cómo usar los signos.
Leyendo la ortografía vuelvo a ver a esos otros signos menos comunes que la coma, el punto o las comillas pero que están también presentes en los textos como el signo de párrafo y otros cuyo nombre sinuoso adoro como la diple o antilambda (<) o la pleca (barra vertical ). Alguno de ellos fue muy usado antes de la imprenta, como el calderón (¶), un signo de puntuación empleado en los manuscritos medievales para indicar pausa larga, normalmente tintándose en color diferente al resto del texto, y que puedo escribir en esta entrada del blog gracias a que, como dice la RAE, “se ha recuperado su figura en las aplicaciones informáticas de procesamiento de texto más habituales” (Nueva Ortografía, pág. 439).
Entre esos otros signos menos comunes los hay que desaparecen (como la preciosa “manecilla”), otros surgen nuevos y otros van y vienen (caso de la arroba, por ejemplo). Recuerdo la obsesión de una vieja maestra mía por el punto y raya, que adoraba, y, hace unos años, la moda del apóstrofo expresa en la forma de denominar a la Exposición Universal de Sevilla (1992) Expo’92. ¿Qué signo de puntuación te costó más trabajo dominar? ¿Conoces el grupo de Facebook que defiende al punto y coma? Deja tu comentario...

6 comentarios:

Adela dijo...

Buenas tardes!
Soy estudiante de Filología Hispánica, concretamente estudio en la Universidad de Murcia, y buscando información sobre la yod he encontrado su blog, el cual me ha parecido muy llamativo.
Tan solo quería felicitarle, pues las entradas que he leído hasta el momento me parecen muy interesantes.

Gracias.
Un saludo.

Lola Pons dijo...

Hola Adela. Bienvenida y no dejes de visitarnos, leer y comentar.

Anónimo dijo...

Hola Lola,
¿Cómo estás? Para mí sin duda la coma, es el más frecuente y el más complejo, aunque con los dos puntos me ha surgido alguna duda, me gusta el guión, este último uso que se le da y cada vez está más extendido, unir dos palabras creando un concepto, yo me lo encuentro mucho cuando se traduce poesía en inglés, supongo que son la evolución de los antiguos kennings que hay por ejemplo en Beowulf, no sé qué aceptación tendrá pero a mí me gusta como recurso estético-conceptual. Un abrazo

Pablo C.

MJGF dijo...

Me encanta que hables de la puntuación. Parece una cosa tan menuda, tan sin importancia... Y cambia una coma de sitio y como pasa al principio de la serie "Ed", se pierde un montón de dinero o, como indica Millán, el perdón puede ser imposible.
Mis alumnos de 2º de carrera pensaron el otro día que me inventaba el nombre de la antilambda (literalmente).
En Facebook también hay un grupo sobre los puntos suspensivos ("Yo también escribo siempre con puntos suspensivos...").
Y sobre la manecilla ¿perdida o recuperada en la red para señalar un hipervínculo?
Parece un telegrama, lo siento, pero hay tanto que decir sobre este tema... Yo soy una obsesa de las comillas; detesto que se usen sin ton ni son, en un intento de cargar de intención innecesaria las palabras, de introducir en el texto los dedos índice y corazón de ambas manos al tiempo que se hace una mueca. Como si nuestra lengua no fuese suficientemente expresiva por sí misma.
Y voy a parar, que me pongo atómica.
Besos,
MJ

Lola Pons dijo...

Hola Pablo. Ese guion que une adjetivos relacionales es, en efecto, muy útil, aunque lucha con la palabra unida en algunos casos. El guion es el "hermano" pequeño de una familia de tres: la raya, con uso parentético, es más larga que el signo llamado menos o semimenos (usado para operaciones matemáticas de sustracción), y el menos, a su vez, más largo que el guion.

Lola Pons dijo...

Detesto como tú esa mueca de las comillas al hablar, ese gesto metalingüístico que también criticaba A. Muñoz Molina en la novela Carlota Fainberg al hablar de los profesores de universidad:
"Después de asistir a tantas conferences y seminars, aquélla fue la primera vez que me di cuenta de algo muy curioso: todos los scholars, aun hablando idiomas diversos y viniendo de varios continenetes, repetíamos siempre el mismo gesto (...) cada vez que queríamos indicar que citábamos algo (...) extendíamos los brazos a los costados para dibujar en el aire, con los dedos índice y corazón de cada mano, el signo de las comillas, como si las puntas de los dedos rascaran o aletearan brevemente en el vacío”.

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