lunes, 9 de mayo de 2016

Palabras chancleta

Aclaro que esta foro la he sacado de Internet
(vaya chancletas sucias)
Yo sé que la lengua cambia. Cómo no lo voy a saber, si paso la mitad de mi vida dedicada a explicar y a investigar por qué y cómo los hablantes y la historia que los rodea la hacen cambiar. Y no me considero particularmente purista ante eso que se llama el préstamo léxico. Es más, seguramente soy eso que llaman moderniqui, porque a veces digo too much y otros anglicismos. No pido disculpas por ello. Conozco la riqueza del español y me puedo manejar con o sin estas palabras foráneas.
Quizá porque al explicar el recorrido del español desde la Edad Media hasta la actualidad estoy habituada a ver las corrientes de entrada de palabras nuevas que han ido llegando al idioma: porque surgen necesidades, realidades materiales o conceptos inmateriales para los que se busca una palabra, o porque sencillamente crece el prestigio de lo francés o de lo italiano o, más recientemente de lo inglés... Sé que hay préstamos que salen “desde abajo”, y se extienden luego hasta el estándar y préstamos “desde arriba” (por ejemplo, cuando alguien introdujo en el siglo XV la palabra partícula y esta se extendió desde los primeros usos cultos hasta llegar a la lengua común).
Me gusta que las lenguas se mezclen, que tomen prestadas palabras de otras lenguas y nunca las devuelvan: jardín, balcón, sarao, caramelo... son préstamos y me gustan. También me gustan préstamos o creaciones recientes: asistí, como todos, al nacimiento de la palabra mileurista (triste realidad, pero feliz neologismo) y me gustó ver cómo un particular innovaba y la novedad se extendía.  No pretendo justificarme, sí quiero dejar claro que el purismo no es mi religión.
Pero hay cosas que no soporto, y son las que denomino palabras chancleta, o expresiones chancleta.
Y es que de repente la novedad salga desde una parte de la sociedad que tiene acceso privilegiado a los medios (la clase política) y pulule de un aforado a otro, sin mayor necesidad ni significado ni arraigo social. Son palabras chancleta, tan falsas y efímeras como una chancleta mala (de las que se derriten al pisar el asfalto sevillano en verano), tan antiestéticas como ellas. 
Dos expresiones chancleta están en estos momentos copando mi oro y plata olímpicos del chancletismo: poner en valor y hoja de ruta. Votaría al partido político que no las usara... y terminaría absteniéndome, claro. Porque hoja de ruta lo dice hasta el último inepto que quiere anunciar en un pleno que van a arreglar primero las baldosas y luego los baldosines, esa es su hoja de ruta. Y cualquiera que quiere jactarse de que poniendo una tienda-cafetería al ladito de aquella iglesia románica consigue ponerla en valor. Es un galicismo (mettre en valeur), pero eso es lo de menos, no la rechazo por eso. Para el bronce tengo mas candidatas: líneas rojas, crecimiento cero... 
Son palabras que otros (no la masa de los hablantes, no los intelectuales, no los grandes autores en lengua española) ponen de moda, y con las que se dice mucho menos de lo que se dice. Son las asas a las que se agarran los que quieren dar una imagen de gestores avezados en tecnicismos. Los mismos que no saben usar correctamente el verbo adolecer, o que pronuncian cónyugue... Claro que tan ignorantes no son de la lengua cuando se han apresurado a dictar que a partir de ahora se llame en las noticias investigados a los que antes eran, de caminito a la comisaría, imputados. Estoy rebelada y me da exactamente igual: 
YO OS IMPUTO DE CHANCLETISMO
Tengo la batalla perdida, lo sé, pero qué queréis, este es mi blog y esta boca es mía. Así que cuando alguien diga poner en valor, mascullaré ¡CHANCLETA!, si dicen hoja de ruta, susurraré ¡CHANCLETA!
¡CHANCLETA, CHANCLETA, CHANCLETA!
Claro que alguien me puede decir: pues a mí me gustan estas chancletas y las voy a usar. Muy bien, pero que sepas que a los que usan mucho chancletas les huelen los pies. 
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Aclaro que esta foro la he sacado de Internet
(vaya chancletas sucias)
Yo sé que la lengua cambia. Cómo no lo voy a saber, si paso la mitad de mi vida dedicada a explicar y a investigar por qué y cómo los hablantes y la historia que los rodea la hacen cambiar. Y no me considero particularmente purista ante eso que se llama el préstamo léxico. Es más, seguramente soy eso que llaman moderniqui, porque a veces digo too much y otros anglicismos. No pido disculpas por ello. Conozco la riqueza del español y me puedo manejar con o sin estas palabras foráneas.
Quizá porque al explicar el recorrido del español desde la Edad Media hasta la actualidad estoy habituada a ver las corrientes de entrada de palabras nuevas que han ido llegando al idioma: porque surgen necesidades, realidades materiales o conceptos inmateriales para los que se busca una palabra, o porque sencillamente crece el prestigio de lo francés o de lo italiano o, más recientemente de lo inglés... Sé que hay préstamos que salen “desde abajo”, y se extienden luego hasta el estándar y préstamos “desde arriba” (por ejemplo, cuando alguien introdujo en el siglo XV la palabra partícula y esta se extendió desde los primeros usos cultos hasta llegar a la lengua común).
Me gusta que las lenguas se mezclen, que tomen prestadas palabras de otras lenguas y nunca las devuelvan: jardín, balcón, sarao, caramelo... son préstamos y me gustan. También me gustan préstamos o creaciones recientes: asistí, como todos, al nacimiento de la palabra mileurista (triste realidad, pero feliz neologismo) y me gustó ver cómo un particular innovaba y la novedad se extendía.  No pretendo justificarme, sí quiero dejar claro que el purismo no es mi religión.
Pero hay cosas que no soporto, y son las que denomino palabras chancleta, o expresiones chancleta.
Y es que de repente la novedad salga desde una parte de la sociedad que tiene acceso privilegiado a los medios (la clase política) y pulule de un aforado a otro, sin mayor necesidad ni significado ni arraigo social. Son palabras chancleta, tan falsas y efímeras como una chancleta mala (de las que se derriten al pisar el asfalto sevillano en verano), tan antiestéticas como ellas. 
Dos expresiones chancleta están en estos momentos copando mi oro y plata olímpicos del chancletismo: poner en valor y hoja de ruta. Votaría al partido político que no las usara... y terminaría absteniéndome, claro. Porque hoja de ruta lo dice hasta el último inepto que quiere anunciar en un pleno que van a arreglar primero las baldosas y luego los baldosines, esa es su hoja de ruta. Y cualquiera que quiere jactarse de que poniendo una tienda-cafetería al ladito de aquella iglesia románica consigue ponerla en valor. Es un galicismo (mettre en valeur), pero eso es lo de menos, no la rechazo por eso. Para el bronce tengo mas candidatas: líneas rojas, crecimiento cero... 
Son palabras que otros (no la masa de los hablantes, no los intelectuales, no los grandes autores en lengua española) ponen de moda, y con las que se dice mucho menos de lo que se dice. Son las asas a las que se agarran los que quieren dar una imagen de gestores avezados en tecnicismos. Los mismos que no saben usar correctamente el verbo adolecer, o que pronuncian cónyugue... Claro que tan ignorantes no son de la lengua cuando se han apresurado a dictar que a partir de ahora se llame en las noticias investigados a los que antes eran, de caminito a la comisaría, imputados. Estoy rebelada y me da exactamente igual: 
YO OS IMPUTO DE CHANCLETISMO
Tengo la batalla perdida, lo sé, pero qué queréis, este es mi blog y esta boca es mía. Así que cuando alguien diga poner en valor, mascullaré ¡CHANCLETA!, si dicen hoja de ruta, susurraré ¡CHANCLETA!
¡CHANCLETA, CHANCLETA, CHANCLETA!
Claro que alguien me puede decir: pues a mí me gustan estas chancletas y las voy a usar. Muy bien, pero que sepas que a los que usan mucho chancletas les huelen los pies.