Aclaro que esta foro la he sacado de Internet (vaya chancletas sucias) |
Quizá porque al explicar el recorrido del español
desde la Edad Media hasta la actualidad estoy habituada a ver las corrientes de
entrada de palabras nuevas que han ido llegando al idioma: porque surgen necesidades, realidades materiales o conceptos inmateriales para los que se busca una palabra, o porque sencillamente
crece el prestigio de lo francés o de lo italiano o, más recientemente de lo
inglés... Sé que hay préstamos que salen “desde abajo”, y se extienden luego
hasta el estándar y préstamos “desde arriba” (por ejemplo, cuando alguien
introdujo en el siglo XV la palabra partícula
y esta se extendió desde los primeros usos cultos hasta llegar a la lengua común).
Me gusta que las lenguas se mezclen, que tomen prestadas palabras de otras lenguas y nunca las devuelvan: jardín, balcón, sarao, caramelo... son préstamos y me gustan. También me gustan préstamos o creaciones recientes: asistí, como todos, al nacimiento de la palabra mileurista (triste realidad, pero feliz neologismo) y me gustó ver cómo un particular innovaba y la novedad se extendía. No pretendo justificarme, sí quiero dejar claro que el purismo no es mi religión.
Me gusta que las lenguas se mezclen, que tomen prestadas palabras de otras lenguas y nunca las devuelvan: jardín, balcón, sarao, caramelo... son préstamos y me gustan. También me gustan préstamos o creaciones recientes: asistí, como todos, al nacimiento de la palabra mileurista (triste realidad, pero feliz neologismo) y me gustó ver cómo un particular innovaba y la novedad se extendía. No pretendo justificarme, sí quiero dejar claro que el purismo no es mi religión.
Pero hay cosas que no soporto, y son las que denomino palabras chancleta, o expresiones chancleta.
Y es que
de repente la novedad salga desde una parte de la sociedad que tiene acceso
privilegiado a los medios (la clase política) y pulule de un aforado a otro,
sin mayor necesidad ni significado ni arraigo social. Son palabras chancleta,
tan falsas y efímeras como una chancleta mala (de las que se derriten al pisar
el asfalto sevillano en verano), tan antiestéticas como ellas.
Dos expresiones
chancleta están en estos momentos copando mi oro y plata olímpicos del
chancletismo: poner en valor y hoja de ruta. Votaría al partido político que no
las usara... y terminaría absteniéndome, claro. Porque hoja de ruta lo dice hasta el último inepto que quiere anunciar en
un pleno que van a arreglar primero las baldosas y luego los baldosines, esa es
su hoja de ruta. Y cualquiera que quiere jactarse de que poniendo una
tienda-cafetería al ladito de aquella iglesia románica consigue ponerla en
valor. Es un galicismo (mettre en valeur),
pero eso es lo de menos, no la rechazo por eso. Para el bronce tengo mas candidatas: líneas rojas, crecimiento cero...
Son palabras
que otros (no la masa de los hablantes, no los intelectuales, no los grandes
autores en lengua española) ponen de moda, y con las que se dice mucho menos de
lo que se dice. Son las asas a las que se agarran los que quieren dar una
imagen de gestores avezados en tecnicismos. Los mismos que no saben usar
correctamente el verbo adolecer, o
que pronuncian cónyugue... Claro que tan
ignorantes no son de la lengua cuando se han apresurado a dictar que a partir
de ahora se llame en las noticias investigados
a los que antes eran, de caminito a la comisaría, imputados. Estoy
rebelada y me da exactamente igual:
YO OS IMPUTO DE CHANCLETISMO.
Tengo la
batalla perdida, lo sé, pero qué queréis, este es mi blog y esta boca es mía.
Así que cuando alguien diga poner en valor, mascullaré ¡CHANCLETA!, si dicen hoja
de ruta, susurraré ¡CHANCLETA!
¡CHANCLETA, CHANCLETA, CHANCLETA!
Claro
que alguien me puede decir: pues a mí me gustan estas chancletas y las voy a
usar. Muy bien, pero que sepas que a los que usan mucho chancletas les huelen
los pies.