Los que van todos los días y acceden recorriendo un camino que no les sorprende; un despistado que entra atraído por la monumentalidad del edificio, echa un vistazo a las vitrinas con la exposición sobre el documento del mes y se marcha sobrepasado por el escenario; el operario rezongón que arrastra el carrito con que se bajan los documentos solicitados por los investigadores; los archiveros amables que conocen los fondos como si fuesen criaturas de su familia...
¡Ay, y los investigadores! El erudito local que, tras jubilarse, pasa cinco días de la semana estudiando la documentación del pueblo en que nació; el hijo de un anciano represaliado en la dictadura que pide la documentación de la causa judicial contra su padre para acceder a una de las ayudas de la Ley de Memoria Histórica; un estudiante de Filología, o de Historia, que entra por primera vez a mirar un papel antiguo para su trabajo de máster o de grado, y que pasa las páginas del viejo legajo entre emocionado y perdido ante una letra que cree ininteligible.
A mí me gusta el ambiente de los archivos. A veces son cansadas sus exigencias, y entrar en alguno de ellos se empieza a parecer bastante a cruzar hacia la sala de embarque de un aeropuerto. Pero pese a ello, me gusta el olor que desprenden, la rara complicidad huidiza de quienes nos sentamos a trabajar en ellos. Me gusta el momento en que te sirven el documento por primera vez y descubres su tamaño y su magnitud.
Todos los años llevo a mis alumnos al Archivo Histórico Provincial de Sevilla, un archivo muy relevante históricamente, de acceso amable y de bella factura arquitectónica. He puesto aquí fotos de la visita, en la que vimos las firmas originales de Cervantes, Lope de Vega o Mateo Alemán, nos acercamos a las cartas de amor que un tal Claudio envió a Rosarito y vimos, en fin, el lugar custodio de nuestros textos de estudio.
¿Has visitado alguna vez un archivo histórico o visto in situ un documento antiguo? ¿Qué atrapó tu atención y te sorprendió más? Deja tu comentario.
Los que van todos los días y acceden recorriendo un camino que no les sorprende; un despistado que entra atraído por la monumentalidad del edificio, echa un vistazo a las vitrinas con la exposición sobre el documento del mes y se marcha sobrepasado por el escenario; el operario rezongón que arrastra el carrito con que se bajan los documentos solicitados por los investigadores; los archiveros amables que conocen los fondos como si fuesen criaturas de su familia...
¡Ay, y los investigadores! El erudito local que, tras jubilarse, pasa cinco días de la semana estudiando la documentación del pueblo en que nació; el hijo de un anciano represaliado en la dictadura que pide la documentación de la causa judicial contra su padre para acceder a una de las ayudas de la Ley de Memoria Histórica; un estudiante de Filología, o de Historia, que entra por primera vez a mirar un papel antiguo para su trabajo de máster o de grado, y que pasa las páginas del viejo legajo entre emocionado y perdido ante una letra que cree ininteligible.
A mí me gusta el ambiente de los archivos. A veces son cansadas sus exigencias, y entrar en alguno de ellos se empieza a parecer bastante a cruzar hacia la sala de embarque de un aeropuerto. Pero pese a ello, me gusta el olor que desprenden, la rara complicidad huidiza de quienes nos sentamos a trabajar en ellos. Me gusta el momento en que te sirven el documento por primera vez y descubres su tamaño y su magnitud.
Todos los años llevo a mis alumnos al Archivo Histórico Provincial de Sevilla, un archivo muy relevante históricamente, de acceso amable y de bella factura arquitectónica. He puesto aquí fotos de la visita, en la que vimos las firmas originales de Cervantes, Lope de Vega o Mateo Alemán, nos acercamos a las cartas de amor que un tal Claudio envió a Rosarito y vimos, en fin, el lugar custodio de nuestros textos de estudio.
¿Has visitado alguna vez un archivo histórico o visto in situ un documento antiguo? ¿Qué atrapó tu atención y te sorprendió más? Deja tu comentario.