Una vez más llegará la noche del 31, haré recapitulación y sentiré que la vida sigue subiendo de volumen, que a veces voy corriendo tras la gota dulce del helado que resbala lenta y que otras veces paladeo a dentelladas el sabor del placer y la frescura estremecida. Vendrá 2012. Y yo me siento a escribir la última entrada del año de este blog pensando qué pasará.
Sé que llegará enero y cientos de estudiantes ordenarán sus apuntes y sus libros preparando los exámenes de Historia de la Lengua. Pero tal vez en mitad de una noche solitaria en que alguien pase los folios dedicados a las Glosas, los sonidos medievales y las formas de las letras en los manuscritos, un alumno descubra su vocación.
Luego febrero se echará encima, se enfrentarán don Carnal y la Cuaresma en el Libro del Buen Amor, que nos mostrará en sus formas de tratamiento cómo reverenciar según se debe a la diosa romana: “Señora Doña Venus, muger de Don Amor, / noble dueña, omíllome yo, vuestro servidor”.
En sus clases, miles de escolares escribirán en su cuaderno la fecha de cada día del mes de marzo sin notar que unos siglos atrás ese marzo se pronunciaba poniendo la lengua tras los dientes, se escribía con ç y sonaba como martso.
Nos volveremos a mirar al espejo, sentiré que la vida brota de nuevo en la calle y que la ciudad se pinta los labios en abril. El Tesoro de Covarrubias lo justificaba así en 1611 al explicar el refrán Las mañanicas de abril buenas son de dormir: ‘Porque crece entonces la sangre con que se humedece el celebro, y causa sueño’.
Que por mayo era por mayo cuando hace la calor, decía el romance, donde el que inicial nos abre el enigma de la narración y la sintaxis, y calor-caloris, masculino en latín, ha pasado a femenino. Porque no es prisionera la lengua viva, sonando aún en el viejo cantar su variación y su cambio.
Vendrá junio y un alumno de Historia de la Lengua volverá a suspender por poner en un examen que la h latina (de homine o hibernus) se aspira en español.
Volveremos a sacar el bikini en julio, ignorando que al mencionar esa prenda citamos una isla del Pacífico que se empleó para hacer pruebas atómicas en los años 40 y cuyo nombre, en boga en los periódicos de Estados Unidos en esa época, se reutilizó para designar al breve y nuevo traje de baño que se puso de moda. Pronunciaremos bikini evocando la creatividad de quien escogió esa palabra para el nuevo invento asociada con la capacidad más destructiva del ser humano.
En agosto miles de señoras sevillanas, parcamente alfabetizadas en tiempos difíciles pero capaces de cantar el Salve regina en latín, rodearán a la patrona, la Virgen de los Reyes, sin saber que están rozando a su lado en la Catedral hispalense la tumba de Alfonso X el Sabio, el monarca que confió en el castellano para escribir libros de altura.
En septiembre comenzará el curso, volveré a entrar en un aula después del descanso del verano, volveré a estar nerviosa como la primera vez y volveré a hablar de la lengua española a los alumnos nuevos que aún no tengo.
Más tarde de lo que esperamos, regresará el frío mañanero y con él octubre. Al pronunciar otoño, algunos saborearán una palabra de tres oes que en latín (autumnus) no tenía ninguna, y verán que el diptongo au no ha permitido que la t sonorizara y se hiciera *odoño.
Vendrá noviembre, que era el mes noveno en latín y nos mostrará en cada uno de sus treinta días que la o breve latina de novem diptongó en nueve.
Llegará diciembre y de nuevo miles de niños escribirán su carta a los Reyes Magos con la misma reverencia de quien puso por escrito la primera pieza teatral conservada en castellano, el Auto de los Reyes Magos. Y en cualquier tarde de ese mes, dentro de un año, tal vez yo esté saliendo de la Facultad volviendo a casa bajo un cielo a oscuras sitiado de luces navideñas pensando, como hoy, en que la vida sigue subiendo de volumen. Ojalá.
Sé que llegará enero y cientos de estudiantes ordenarán sus apuntes y sus libros preparando los exámenes de Historia de la Lengua. Pero tal vez en mitad de una noche solitaria en que alguien pase los folios dedicados a las Glosas, los sonidos medievales y las formas de las letras en los manuscritos, un alumno descubra su vocación.
Luego febrero se echará encima, se enfrentarán don Carnal y la Cuaresma en el Libro del Buen Amor, que nos mostrará en sus formas de tratamiento cómo reverenciar según se debe a la diosa romana: “Señora Doña Venus, muger de Don Amor, / noble dueña, omíllome yo, vuestro servidor”.
En sus clases, miles de escolares escribirán en su cuaderno la fecha de cada día del mes de marzo sin notar que unos siglos atrás ese marzo se pronunciaba poniendo la lengua tras los dientes, se escribía con ç y sonaba como martso.
Nos volveremos a mirar al espejo, sentiré que la vida brota de nuevo en la calle y que la ciudad se pinta los labios en abril. El Tesoro de Covarrubias lo justificaba así en 1611 al explicar el refrán Las mañanicas de abril buenas son de dormir: ‘Porque crece entonces la sangre con que se humedece el celebro, y causa sueño’.
Que por mayo era por mayo cuando hace la calor, decía el romance, donde el que inicial nos abre el enigma de la narración y la sintaxis, y calor-caloris, masculino en latín, ha pasado a femenino. Porque no es prisionera la lengua viva, sonando aún en el viejo cantar su variación y su cambio.
Vendrá junio y un alumno de Historia de la Lengua volverá a suspender por poner en un examen que la h latina (de homine o hibernus) se aspira en español.
Volveremos a sacar el bikini en julio, ignorando que al mencionar esa prenda citamos una isla del Pacífico que se empleó para hacer pruebas atómicas en los años 40 y cuyo nombre, en boga en los periódicos de Estados Unidos en esa época, se reutilizó para designar al breve y nuevo traje de baño que se puso de moda. Pronunciaremos bikini evocando la creatividad de quien escogió esa palabra para el nuevo invento asociada con la capacidad más destructiva del ser humano.
En agosto miles de señoras sevillanas, parcamente alfabetizadas en tiempos difíciles pero capaces de cantar el Salve regina en latín, rodearán a la patrona, la Virgen de los Reyes, sin saber que están rozando a su lado en la Catedral hispalense la tumba de Alfonso X el Sabio, el monarca que confió en el castellano para escribir libros de altura.
En septiembre comenzará el curso, volveré a entrar en un aula después del descanso del verano, volveré a estar nerviosa como la primera vez y volveré a hablar de la lengua española a los alumnos nuevos que aún no tengo.
Más tarde de lo que esperamos, regresará el frío mañanero y con él octubre. Al pronunciar otoño, algunos saborearán una palabra de tres oes que en latín (autumnus) no tenía ninguna, y verán que el diptongo au no ha permitido que la t sonorizara y se hiciera *odoño.
Vendrá noviembre, que era el mes noveno en latín y nos mostrará en cada uno de sus treinta días que la o breve latina de novem diptongó en nueve.
Llegará diciembre y de nuevo miles de niños escribirán su carta a los Reyes Magos con la misma reverencia de quien puso por escrito la primera pieza teatral conservada en castellano, el Auto de los Reyes Magos. Y en cualquier tarde de ese mes, dentro de un año, tal vez yo esté saliendo de la Facultad volviendo a casa bajo un cielo a oscuras sitiado de luces navideñas pensando, como hoy, en que la vida sigue subiendo de volumen. Ojalá.
¡Feliz año 2012 a todos los lectores de este blog!