viernes, 26 de febrero de 2010

Dibujitos e historia de la lengua

Una cita bíblica (“Y nadie echa vino nuevo en odres viejos, de otra manera el vino nuevo rompe los odres, y el vino nuevo se derrama y se pierde, por eso el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar”. San Marcos 2.22) sirvió para dar nombre a la colección Odres nuevos (“Vino viejo en odres nuevos") de Castalia, que en el colegio nos familiarizó a muchos con la literatura medieval española cuando éramos menos filólogos que ahora y sólo podíamos leer versiones adaptadas. En la colección se publicaban obras clásicas en español, con bastante modernización lingüística, muchas notas, actividades e información complementaria. Pero algunos de los personajes ya nos eran familiares: los habíamos conocido en los dibujitos (¿dibujos animados?, ¿periquitos?, ¿cómo los llamáis?). En los últimos años ha cambiado mucho el panorama audiovisual al que estamos expuestos, pero quizá alguno guarde en la memoria algunas de las imágenes con que se entretenía a los niños hace años. Las series de animación que ponían en la televisión de los ochenta nos presentaron épocas e historias que reaparecen continuamente en nuestras clases de Filología: el pequeño Ruy Díaz (el Cid niño de la imagen), el Quijote... e incluso la Francia carolingia, el liderazgo de Carlomagno y sus denuedos por aprender a leer eran objeto de uno de los capítulos de la serie francesa Érase una vez.
La reciente película española de animación El Cid: la leyenda recuperó la figura del Cid, pero esta vez un Cid adulto. No os asustéis:








Pero, ¿de dónde ha salido este Cid gigante, este superhéroe afeitado y sin barba bellida? ¿Qué niño va a querer leer un poema que comienza poniendo a este jayán con espaldas doble de ancho a llorar? ¡El De los sos ojos tan fuertemientre llorando no es apto para un Cid así, dibujado para trabajar como portero de discoteca o dar tortazos en películas de acción!
¿Cómo leisteis por primera vez los clásicos de la literatura española? ¿Os enganchó su lectura? Leídas las versiones originales, ¿os parece que esas versiones adaptadas os traicionaron un tanto? Dejad vuestros comentarios (u os mandaré al nuevo Cid musculoso para meter miedo...).
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Una cita bíblica (“Y nadie echa vino nuevo en odres viejos, de otra manera el vino nuevo rompe los odres, y el vino nuevo se derrama y se pierde, por eso el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar”. San Marcos 2.22) sirvió para dar nombre a la colección Odres nuevos (“Vino viejo en odres nuevos") de Castalia, que en el colegio nos familiarizó a muchos con la literatura medieval española cuando éramos menos filólogos que ahora y sólo podíamos leer versiones adaptadas. En la colección se publicaban obras clásicas en español, con bastante modernización lingüística, muchas notas, actividades e información complementaria. Pero algunos de los personajes ya nos eran familiares: los habíamos conocido en los dibujitos (¿dibujos animados?, ¿periquitos?, ¿cómo los llamáis?). En los últimos años ha cambiado mucho el panorama audiovisual al que estamos expuestos, pero quizá alguno guarde en la memoria algunas de las imágenes con que se entretenía a los niños hace años. Las series de animación que ponían en la televisión de los ochenta nos presentaron épocas e historias que reaparecen continuamente en nuestras clases de Filología: el pequeño Ruy Díaz (el Cid niño de la imagen), el Quijote... e incluso la Francia carolingia, el liderazgo de Carlomagno y sus denuedos por aprender a leer eran objeto de uno de los capítulos de la serie francesa Érase una vez.
La reciente película española de animación El Cid: la leyenda recuperó la figura del Cid, pero esta vez un Cid adulto. No os asustéis:








Pero, ¿de dónde ha salido este Cid gigante, este superhéroe afeitado y sin barba bellida? ¿Qué niño va a querer leer un poema que comienza poniendo a este jayán con espaldas doble de ancho a llorar? ¡El De los sos ojos tan fuertemientre llorando no es apto para un Cid así, dibujado para trabajar como portero de discoteca o dar tortazos en películas de acción!
¿Cómo leisteis por primera vez los clásicos de la literatura española? ¿Os enganchó su lectura? Leídas las versiones originales, ¿os parece que esas versiones adaptadas os traicionaron un tanto? Dejad vuestros comentarios (u os mandaré al nuevo Cid musculoso para meter miedo...).

viernes, 19 de febrero de 2010

El Cid te espera enfrente

El edificio en que damos clases, la antigua Fábrica de Tabacos, tiene frente a una de sus salidas una contundente estatua del Cid (popularmente conocida como “el caballo”) con una particular historia. La regaló a la ciudad en 1923 Anna Huntington (1876-1973), escultora casada con el filántropo millonario Archer Milton Huntington, fundador (1904) de la Hispanic Society en de Nueva York.
Hay otros Cides iguales al sevillano en Buenos Aires, San Francisco, San Diego y en los propios jardines neoyorquinos de la Hispanic Society. ¡Rodrigo Díaz de Vivar campando por USA! ¿Cómo fue eso? Ocurre que los Huntington, cautivados por la cultura hispánica, no sólo invirtieron en crear un organismo que la fomentase sino que regalaron esculturas de motivos ibéricos a ciudades de su continente. Justamente el matrimonio Huntington fue quien encargó al pintor J. Sorolla el conjunto de catorce murales sobre escenas españolas (Visión de España) que hace un par de años pudimos ver en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.
Sería muy difícil responder a la pregunta de cuántas estatuas ecuestres hay en Sevilla (buff...), así que planteo alternativas: ¿figura en la base de la estatua del Cid un fragmento del Poema del Mio Cid?, ¿qué versos del Poema podrían más ser representativos y simbólicos como para ser incluidos en ese lugar? Deja tu comentario...
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El edificio en que damos clases, la antigua Fábrica de Tabacos, tiene frente a una de sus salidas una contundente estatua del Cid (popularmente conocida como “el caballo”) con una particular historia. La regaló a la ciudad en 1923 Anna Huntington (1876-1973), escultora casada con el filántropo millonario Archer Milton Huntington, fundador (1904) de la Hispanic Society en de Nueva York.
Hay otros Cides iguales al sevillano en Buenos Aires, San Francisco, San Diego y en los propios jardines neoyorquinos de la Hispanic Society. ¡Rodrigo Díaz de Vivar campando por USA! ¿Cómo fue eso? Ocurre que los Huntington, cautivados por la cultura hispánica, no sólo invirtieron en crear un organismo que la fomentase sino que regalaron esculturas de motivos ibéricos a ciudades de su continente. Justamente el matrimonio Huntington fue quien encargó al pintor J. Sorolla el conjunto de catorce murales sobre escenas españolas (Visión de España) que hace un par de años pudimos ver en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.
Sería muy difícil responder a la pregunta de cuántas estatuas ecuestres hay en Sevilla (buff...), así que planteo alternativas: ¿figura en la base de la estatua del Cid un fragmento del Poema del Mio Cid?, ¿qué versos del Poema podrían más ser representativos y simbólicos como para ser incluidos en ese lugar? Deja tu comentario...

jueves, 11 de febrero de 2010

Nació y murió en febrero

Este blog empieza febrero dedicándole una entrada a quien es junto con Menéndez Pidal referencia indiscutible del nacimiento de los estudios científicos sobre historia del español. Rafael Lapesa Melgar nació en Valencia el 8 de febrero de 1908 y murió en Madrid el 1 de febrero de 2001. Para vosotros, como para todos los estudiantes que os han precedido, Lapesa es tanto un nombre propio (“Lapesa explica que...”) como común (“estudiar en el Lapesa el tema...”); entre esos estudiantes que os precedieron están profesores de nuestra Facultad como Manuel Ariza o Rafael Cano que se formaron en la Complutense con Lapesa y le rindieron homenaje a su muerte.
Os enlazo en este vídeo de Youtube una grabación de Lapesa exponiendo brevemente la historia de los cancioneros castellanos de la Baja Edad Media para que “encarnéis” este nombre propio.
Pero en esta entrada de blog quiero llamar la atención sobre un perfil de Lapesa que me parece particularmente sugestivo: su estilo al escribir, a veces poético, a veces “de otra época” pero incapaz de dejar indiferente al lector. En su descripción del ambiente intelectual del XV, por ejemplo, podéis ver una muestra de la elaboración formal a la que me refiero:
“Alfonso V concierta una paz a cambio de un manuscrito de Tito Livio. Juan de Mena siente por la Iliada una veneración religiosa, llamando al poema homérico “sancta e seráphica obra”. Cuando la atención se ahincaba en las lenguas griega y latina, aureoladas de todas las perfecciones, el romance parecía “rudo y desierto”, según lo clasificaba el mismo Juan de Mena”.
Os pido ahora, como homenaje al maestro y para dar apertura a este segundo cuatrimestre, que transcribáis una frase (de su manual de Historia de la Lengua o de otra de sus publicaciones) que os haya parecido especialmente afortunada o peculiar formalmente.
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Este blog empieza febrero dedicándole una entrada a quien es junto con Menéndez Pidal referencia indiscutible del nacimiento de los estudios científicos sobre historia del español. Rafael Lapesa Melgar nació en Valencia el 8 de febrero de 1908 y murió en Madrid el 1 de febrero de 2001. Para vosotros, como para todos los estudiantes que os han precedido, Lapesa es tanto un nombre propio (“Lapesa explica que...”) como común (“estudiar en el Lapesa el tema...”); entre esos estudiantes que os precedieron están profesores de nuestra Facultad como Manuel Ariza o Rafael Cano que se formaron en la Complutense con Lapesa y le rindieron homenaje a su muerte.
Os enlazo en este vídeo de Youtube una grabación de Lapesa exponiendo brevemente la historia de los cancioneros castellanos de la Baja Edad Media para que “encarnéis” este nombre propio.
Pero en esta entrada de blog quiero llamar la atención sobre un perfil de Lapesa que me parece particularmente sugestivo: su estilo al escribir, a veces poético, a veces “de otra época” pero incapaz de dejar indiferente al lector. En su descripción del ambiente intelectual del XV, por ejemplo, podéis ver una muestra de la elaboración formal a la que me refiero:
“Alfonso V concierta una paz a cambio de un manuscrito de Tito Livio. Juan de Mena siente por la Iliada una veneración religiosa, llamando al poema homérico “sancta e seráphica obra”. Cuando la atención se ahincaba en las lenguas griega y latina, aureoladas de todas las perfecciones, el romance parecía “rudo y desierto”, según lo clasificaba el mismo Juan de Mena”.
Os pido ahora, como homenaje al maestro y para dar apertura a este segundo cuatrimestre, que transcribáis una frase (de su manual de Historia de la Lengua o de otra de sus publicaciones) que os haya parecido especialmente afortunada o peculiar formalmente.